Te estuve esperando y esperando durante mucho tiempo, pero no me dijiste nada, nada que me hiciera pensar que no vendrías a buscarme y tampoco vino nadie a decirme que no te pasarías por allí ni por asomo. Nadie me ofreció ni siquiera una caricia para no sentirme solo. Deambulé por las calles y por el parque, sin perder de vista el lugar donde me dejaste.
Recorrí la calle de arriba a abajo para entrar en calor y por los nervios, que me impedían mantenerme quieto. ¿Por qué tenías que dejarme solo en ese lugar desconocido? ¡qué bien me habría venido una caricia en ese momento! hubiera estado bien que alguien, un alma caritativa me hubiera ofrecido una…
El frío de esa tarde me dejaba mis patitas moradas casi azules, pero ¿cómo iba yo a pensar que estaría tanto tiempo esperándote en la calle? Yo puedo resistir el frío hasta que vuelvas por mi y regresar a casa, pero no puedo resistir el frío durante horas y horas.
Por si no era suficiente con el frío de aquella tarde y las prisas por verte, empezó a llover con fuerza y aquella farola metálica donde yo me resguardé, no era un buen lugar en caso de relámpagos. De modo, que salí corriendo del parque. Salté el pequeño muro, crucé velozmente la calle con cuidado de no ser atropellado y me resguardé de la lluvia gracias a un balcón que a pesar de estar empapado de agua, aquel saliente del edificio me brindaba algo de refugio.
Empecé a temblar de frío y agaché la cabeza para cubrirme un poco más de aquella gélida tarde, mientras observaba la calle bajo el chaparrón, veía a la gente correr en busca de un techo, al igual que las hormigas huyendo del agua.
Lo que empezó como una llovizna se convertía en un aguacero por cada segundo que pasaba. Aquél balcón ya no me cubría en absoluto. Mi cuerpo estaba completamente mojado. Aquella fría tarde se había convertido en una tarde de luto.
Y yo ahí, inamovible, esperándote bajo el frío y el aguacero, como un guardia.